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Sobre la Obra

Tradicionalmente, en septiembre y octubre comienza el tiempo de la cosecha, la preparación al invierno y la recogida hacia el interior. Para mí octubre tenia que ver con la preparación hacia la muerte y la observación de la propia impermanencia. En verano de 2014 se había muerto un muy querido amigo y hombre medicina, Ricardo Awananch.

 

Cuatro años atrás una noche en el jardín de mi casa me comentaba que él había visto su muerte hace tiempo e insistía en que si iría pronto, que ya casi se había acabado su tiempo en esta incorporación. Quería que algunos amigos supieran de su muerte para que luego tranquilizaran a su familia. Así, esta pintura está dedicada a él y a su familia. Su muerte me puso triste, pero veía que la tristeza era mi propio apego, por haber perdido un ser querido, por haber tenido planes con él… Su muerte me hizo trabajar mucho el desapego y en darme cuenta de todo un proceso profundo sobre mi propia vulnerabilidad. Tras este proceso sentí adentro una fuerte sensación de valentía. Esto lo expresaba con la mujer andado en una cuerda con el bastón ‘No Hay Nada Que Temer’ en la mano.

 

Para ser valiente es necesario enfrentarse con su muerte y desapegarse de su identificación con el ego. Liberarse de los pensamientos excesivos, las limitaciones y las expectativas. Para estar sin miedo tenemos que darnos cuenta de que todo es transformación, de que todo cambia, y aceptar el cambio como parte de nuestra existencia. Siempre todo es como tiene que ser. Quizás cuando no logramos algo, es porque no lo tenemos que. Si algo tiene que pasar, pasará, y si no pasa, quizás no tenia importancia. De un error uno a veces puede aprender más que de un logro. Todo siempre está tal como es, y esto es perfecto, solo que nosotros pensamos que podemos controlar el camino del universo… A veces pensamos en cosas que nos gustaría haber hecho diferente, pero siempre actuamos en el momento con nuestros posibilidades que surgen del momento mismo.

 

No podemos haberlo hecho mejor.

 

Así este mes también nos pide ser amables con uno mismo. Nos pide tener compasión. Nos pide no tomarse tan en serio. Son atributos muy sanadores. Ver nuestra vida con una cierta distancia sana.

 

El Ojo Cósmico de la pintura simboliza nuestra Conciencia o el observador interno, que observa nuestra vida siempre con cierto desapego. Cuando logramos ver nuestra vida así, se desprende el peso del miedo de los hombros. Nos damos cuenta que somos todo lo que vemos y que venimos de las estrellas y volvemos a las estrellas.

Acuarela. 32 cm x 45 cm.

 

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